El pasado 7 de octubre, murió el compañero, el maestro y el amigo, pero el ajedrecista aún sigue con nosotros. ¿Cuánto dura una vida?
Esto, abreviadamente, es lo que yo recuerdo de él. Es algo que se hunde profundamente en mi pasado, que aún está en mi presente y que me acompañará mientras viva. Otros amigos ya han escrito de él, por supuesto, porque una vida no puede contenerse en la memoria de uno sola persona.
Cuando yo llegué al club de ajedrez Gambito, él ya estaba allí. Debía ser muy joven porque yo soy algo mayor que él y me recuerdo a mí mismo jovencito. Jugábamos al ajedrez intensamente. Las estrellas rutilantes del equipo eran otros, pero él era muy bueno. Esa fue una de las características de su vida, siempre fue discreto. Por eso siempre fue el compañero perfecto. Para todos.
En la universidad debió estudiar matemáticas, por que supe que daba clases particulares algunas veces, y en sus debates siempre eran las matemáticas el tema, cuando no lo era el ajedrez.
La etapa de su vida que sólo conozco por sus conversaciones pero que no viví con él, es su aventura cinematográfica. Me lo recordaba en alguna ocasión, pocas, con cierta melancolía. Sé que intentó ser director de cine y que empleó todo el tiempo y los pocos recursos que tuvo a su alcance en dirigir y producir una película que se esfumó en el limbo secreto que las artes tienen para aquellos proyectos que no tuvieron éxito. De aquella etapa quedó su enorme erudición cinéfila y un manuscrito fabuloso, sin editar, donde explora el inicio de los robots en el cine.
En su travesía vital, se enamoró de Consuelo y tuvo dos hijos, niño y niña. Una familia cuyo bienestar fue el objetivo que defendió con un esfuerzo incansable. Familia que siempre le correspondió con un amor infinito.
Era una persona profundamente de izquierdas, que se decía antes. Con gran formación intelectual, marxismo, socialismo, anarquismo, fueron corrientes ideológicas de las que leyó mucho, algunas veces en libros prohibidos en aquella época franquista, y que estudió siempre con espíritu crítico. Porque el debate pausado y respetuoso, con el interlocutor que fuera, era una pasión a la que no podía sustraerse.
Nos unió el ajedrez y desde ahí todo lo demás. A su lado nunca eras menos, aunque él supiera más.
Era un miembro destacado de nuestro equipo de competición en una época del ajedrez valenciano en que el Club Gambito se codeaba con los mejores clubs de España y cosechaba éxitos en campeonatos nacionales. Su estilo era muy complejo. Yo lo miraba a veces con desesperación porque no hacía aquella jugada que los espectadores creíamos ganadora. Él veía un poco más allá. Sus triunfos eran seguros pero agónicos para los “mirones”. Ahora que el ajedrez está dominado por los módulos informáticos, comprendo aquellas jugadas con variantes a las que sólo prestarían atención las máquinas.
Nos sorprendió el amanecer muchos días, mientras tratábamos de descifrar el destino en los avatares del juego.
Ser amable, respetuoso, tolerante y discreto no es un buen negocio en esta sociedad en que vivimos llena de estridencias aplaudidas. Por eso él tuvo que luchar tanto para llevar a su familia a buen puerto.
En la última etapa de su vida abandonó el ajedrez de competición para poder cumplir sus obligaciones profesionales en el Puerto de Valencia. Le llamaron para cumplimentar una sustitución temporal en una empresa de importación de materias fluidas. Resultó, inmediatamente, que era el mejor para hablar y comprender las necesidades de los capitanes de los barcos cisterna que descargaban esos materiales: en inglés y en temas como presiones máximas, toneladas métricas, densidades, arqueo de buques, etc… “Aún llegan navegantes fenicios a Valencia”, me decía. Pronto, el sustituto se convirtió en el gerente. Y todos los días, durante muchos años, el que se acostaba al amanecer se levantaba a esa hora para cumplir una jornada, tensa, dura y física y técnicamente compleja, pero siempre llevaba una bolsa en bandolera para guardar su cartera, y una cajita con un ajedrez diminuto para un caso de emergencia.
Entonces empezó a disfrutar con el universo del ajedrez de composición de problemas. Era algo que de alguna manera siempre había estado larvado y presente en su vida y hasta concebía la partida en vivo como el esfuerzo por resolver un problema.
Acudía yo algunas veces a su empresa para recogerlo y poder así, dedicar unos minutos a nuestra pasión por el ajedrez. Entonces me mostraba en aquel pequeño tablero, composiciones de enorme mérito.
La composición es una actividad que comparte con el ajedrez el tablero de 64 casillas, las piezas y las reglas de juego. Cualquier posición que esconda un problema, debe poder alcanzarse en el transcurso de una partida. Después, las posibilidades son infinitas y, sobre todo, sorprendentes. Miguel se convirtió muy rápidamente en un compositor magnífico. Además, se involucró en la organización de la Sociedad Española de Problemas de Ajedrez e impulsó numerosas competiciones para dar a conocer esta otra cara de nuestro deporte. Así, nuestro club, fue una de las sedes del Campeonato del Mundo de problemas de ajedrez para jóvenes y niños.
Alcanzó enorme prestigio internacional en la composición de problemas de ajedrez por la calidad de sus obras, la pulcritud y ortodoxia de sus planteamientos y la gran cantidad de composiciones que era capaz de presentar en muy poco tiempo. “Mate en cinco”, y la solución eran cinco movimientos del mismo peón: increíble, ¡¡¡maravilloso!! Cuando los amigos acudíamos a él con un problema que no conseguíamos acabar, él veía la dificultad y nos ayudaba. Entonces el patito feo se convertía en un cisne espléndido.
El respeto que su ingenio despertaba, su capacidad de trabajo, su visión capaz de desentrañar una composición a primera vista, y su acierto y rectitud en los análisis, le valieron que lo reclamaran como árbitro en numerosos concursos y competiciones. Él mismo fue campeón o mencionado con mérito en remotos lugares donde se practica este formato de ajedrez. Aún hoy, después de muerto, siguen llegándonos menciones y premios por sus obras. La noticia se ha recibido con pena en lugares de los que ni siquiera sabríamos pronunciar su nombre.
Pero el destino tiene para cada uno designios inescrutables. Siempre fumó. Nuestra vieja sede del Club en la Gran Vía, la Casa Utiel, era un lugar poco ventilado y con una neblina de humo de tabaco que competía con el blanco y negro de las piezas de ajedrez, el carajillo y la copa de coñac… y las horas sentado frente al tablero si moverse apenas.
Ignoró los avisos de su cuerpo. Se sobreponía a las molestias físicas. Aguantó en su puesto hasta que no pudo más. El diagnóstico fue inapelable y cruel.
No quiso tratarse. Vivó sus últimos días con el mismo esfuerzo de siempre. Ninguno de sus amigos supimos que el desenlace estaba tan cerca. Siguió sin abandonar nunca, pero perdió esta última partida. Con un acto de fe en el futuro, entrego su cuerpo a la investigación y la ciencia, y hoy, anónima y discretamente, sirve de estudio en la Facultad de Medicina.
Para una persona de sus ideales, el individuo se perpetúa en su descendencia, por eso fue tremendamente feliz sosteniendo en sus brazos a su pequeña nieta como signo de esperanza en el futuro de la Humanidad.
Aunque su legado vital y ajedrecístico permanezca, habrá historias que ya no se podrán contar, problemas que no verán la solución, amigos que no volverán a reunirse, manos que no se podrán estrechar y debates que no podrán plantearse… por que Miguel Uris ya no está.
Cuando alguna vez en el futuro nos reunamos sus amigos, la silla de Miguel quedará vacía, aunque ocupe un lugar preferente en nuestros corazones.